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3. ¿Relación privada con Dios?

Es frecuente escuchar gente que dice creer íntimamente en Dios, pero “no creer en la Iglesia”. “¿Es necesaria una institución para conocer a Dios?”, objetan. “¿No es acaso la fe un asunto privado?


Dado que no sólo somos individuos sino personas (es decir, existimos en relación con los demás), vivimos nuestros eventos más importantes de modo comunitario, organizando banquetes, reuniones y agasajos. Las diversas culturas manifiestan estructuralmente esta sociabilidad fundando clubes, instituciones barriales y sociedades de fomento o de caridad.


Así también, Dios ha sido fiel a su “estilo humano” para darse a conocer: a la hora de invitarnos a vivir la Buena Nueva de Jesucristo, Él asumió esta realidad natural que Él mismo nos otorgó y estableció a la Iglesia como Su Pueblo, el “Pueblo de Dios” (Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, n. 9). Se trata, en suma, de la lógica de la Encarnación, en virtud de la cual Jesús quiso permanecer de un modo sensible en el mundo, para continuar su redención.


A ningún cristiano le fue comunicada su fe por directa inspiración divina, sino por un prójimo que le habló de ella. Incluso los discípulos de Jesús recibieron el Evangelio por medio de los hechos y las palabras humanas del Verbo Encarnado (Concilio Vaticano II, Coinstitución Dei Verbum, n. 2). Así, la Iglesia es el modo más encarnado y comunitario concebible para continuar la presencia salvífica de Dios en el mundo. Todos formamos el “Cuerpo de Cristo” (1Cor 12,25-27) al cual fuimos llamados por el bautismo (1Cor 12,13).


Los sacramentos de la Iglesia poseen esta misma estructura comunitaria; siempre es un hermano el conducto de la gracia que de Jesucristo recibimos. Si nos remontáramos hacia atrás en la historia en esta cadena de mutuas ofrendas de la Palabra y los sacramentos, a través de la sucesión apostólica, llegaríamos al mismísimo Cristo donándose Él mismo a sus seguidores. De este modo, cuando recibimos estos bienes de un tú humano, recibimos fontalmente al Jesús histórico y glorificado.

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